LYANNA
Rhaegar
la llevó hasta el sur, a Dorne. El clima era sofocante en ese lugar de
Poniente. Ella, una loba del norte, no estaba hecha para un calor semejante. El
príncipe acondicionó lo mejor que pudo una habitación grande en la llamada Torre de la Alegría. Hacía unas semanas que se
había fugado con él y aún se sentía cohibida con su presencia. El joven la
trataba con respeto y dulzura, y le aseguraba que era feliz sólo con tenerla
allí, con poder verla todos los días. Lyanna sentía su corazón dividido en dos:
estaba contenta por vivir junto a Rhaegar, pero también se preocupaba por
Robert y, sobre todo, por su padre, a los que había traicionado al marcharse
con el Targaryen. La deshonra caería sobre su familia y nadie querría emparentar
ni tener alianzas con los Stark. Pensó en su hermano Brandon, prometido de la
hija de Lord Hoster Tully. ¿Se habría casado finalmente? No tenía noticias de
ninguno. Rhaegar tampoco sabía nada de su familia. Se le veía preocupado
también, porque tenía una esposa y dos hijos, uno de ellos un bebé de pecho, y
la decisión de marcharse con Lyanna fue dura para él. Posiblemente más que para
ella.
Se
incorporó del lecho. La cama era demasiado grande para una sola persona y se
veía como una niña pequeña que estuviera durmiendo en la habitación de un
gigante. Rhaegar pasaba las noches en otra estancia, al final del pasillo del
mismo piso. Varios capas blancas velaban el sueño de ambos, pero ella apenas
dormía por las noches. Estaba inquieta y tenía pesadillas horribles, llenas de
sangre, dolor, muerte… Se veía a sí misma acostada sobre el colchón cubierto
por unas sábanas rojas y brillantes. Su cara estaba pálida, mucho, y sentía un
frío mortal. En el sueño oía un llanto parecido al de un cachorro de lobo.
Quería levantarse a buscarlo y consolarlo, pero no podía moverse. Era como si
estuviera muerta. De repente, el llanto era el de un bebé que tenía en su
regazo. La piel del niño quemaba, era como de fuego, y la tenía brillante,
escamosa. Entonces se despertaba sudando y con las mejillas húmedas de
lágrimas. A veces gritaba y Rhaegar acudía a consolarla, besándole el pelo, el
rostro y la boca. Nunca iba más allá de los abrazos y los besos, apasionados a
veces, sí, pero siempre se refrenaba.
Se
levantó y vistió con las ropas que Rhaegar le había proporcionado, frescas y ligeras.
En el pasillo estaba uno de los capas blancas de guardia. Al verla, hizo una
reverencia y le informó de que el príncipe ya se había levantado hacía varias
horas y estaba en el salón grande de la Torre. Lyanna le dio las gracias algo
cohibida ante la mirada del capa blanca y bajó al encuentro de Rhaegar. Lo
halló donde el caballero le había dicho. Tenía el semblante taciturno y el arpa
cerca. Había estado tocando. «Buenos días. ¿Hay noticias de mi familia?» Él la
miró triste. «Aún no. Los cuervos que envié hace dos semanas no han regresado.
Esto no me gusta. No sé nada de Rhaenys ni de Aegon. Tampoco de Elia, los
dioses me perdonen…» Y comenzó a llorar. Lyanna corrió hacia él y lo abrazó. «¿Qué podemos hacer? Mis hermanos y Robert deben estar buscándome.» Él cambió
la expresión. «Quizás… Sí, existe una pequeña posibilidad de arreglar todo
esto. ¡La hay!» La muchacha no entendía qué quería decir. ¿Cómo solucionar su
fuga, la deshonra de su familia, el matrimonio con Elia? «Lyanna», comenzó a
decir con voz entusiasmada, «En un tiempo lejano, mi antepasado Aegon el
Conquistador contrajo matrimonio con sus dos hermanas, es decir, tuvo dos
esposas. ¿Acaso no soy un legítimo Targaryen? Yo podría hacer lo mismo, ¿no?»
No parecía una mala opción, vistas las circunstancias, pero, ¿aceptaría Elia?
¿Y ella misma? ¿Compartiría a Rhaegar? El príncipe la miraba anhelante. «Di que
sí, Lyanna. Di que te casarás conmigo. Volveremos a Desembarco, pediré permiso
a tu padre.» «¿Y qué pasa con Robert? ¡No es un hombre al que le guste perder!
Tengo miedo de su reacción.» Rhaegar se quedó pensativo. «Le daré tierras y
riquezas. Puedo incluso prometerle la mano de alguna muchacha importante. La
hija de Tywin Lannister parece una buena opción.» Lyanna sintió una punzada de
celos. Si era la mitad de guapa que su hermano gemelo Jaime, ya la superaba a
ella en belleza. Todo sonaba a desastre, pero no tenían otra salida… «Acepto,
mi príncipe. Quiero estar contigo, aunque el precio sea compartirte y ganarme
el desprecio de Robert.» Rhaegar la miró entusiasmado, la tomó por la cintura y
la besó. Lyanna volvió a sentirse en una nube al notar los labios de su amante
sobre los suyos y abrió la boca sensualmente. Él acarició su pelo con suavidad
y fue bajando la mano por la espalda, buscando los cordones que ataban el
vestido. Ella se apartó y vio el deseo en los ojos de Rhaegar. Parecía que era
el momento definitivo. Lo tomó de la mano y, en silencio, lo condujo hasta su
habitación. Ahora la cama parecía más pequeña con los dos sobre ella.
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