ROBERT
A
duras penas había escapado de la emboscada que le tendieron de camino hacia las
Tierras de los Ríos. Algunos de sus hombres murieron defendiéndolo y eso le
hacía sentirse un poco culpable. “Esto es una guerra. No hay lugar para
lamentos ni remordimientos. Sabían a lo que venían”, se decía a sí mismo para
consolarse y espantar los fantasmas de cada vida que se perdía por apoyar su
causa. La herida del costado iba cicatrizando, pero se le había infectado dos
veces en la huida y las fiebres lo pusieron al límite de su resistencia. Sólo
soportó el dolor y los delirios bebiendo el poco vino que les quedaba. Tenía
que mantenerse firme… Él era el líder de una rebelión que merecía triunfar.
Habían
conseguido llegar a Septo de Piedra, mientras que sus perseguidores, las
fuerzas realistas comandadas por Lord Jon Connington, les iban pisando los
talones. Llevaba oculto más de dos semanas. Un amable posadero le había dado refugio
durante varios días. De ahí pasó por varios escondrijos y ahora estaba en la
casa de una viuda que tenía una hija, una muchacha entrada en carnes y muy
dispuesta a hacerle algún que otro favor, algo que Robert no pudo rechazar.
Poseía a la adolescente con rabia, aunque a ella parecía gustarle el ímpetu del
joven venado. Cada mujer con la que se acostaba era incomparable con Lyanna y
mientras las tomaba, sentía el odio por Rhaegar correr por sus venas. La única
mujer con la que de verdad hubiera hecho del acto sexual un acto de amor estaba
en manos de ese asqueroso dragón… Apretó los puños al tiempo que se incorporaba
del jergón que había compartido con la hija de la viuda esa misma noche. Ella
ya no estaba allí. Cada vez que se acostaban juntos, él se quedaba durmiendo
profundamente y no notaba cuando la chica se marchaba, puesto que lo hacía a
hurtadillas, como cuando entraba en su cuarto y se colaba en su cama. A él le
daba igual, era sólo una manera de pasar el tiempo y desahogarse de la tensión
que iba acumulando todos esos días de espera.
Oyó
un ajetreo en el piso inferior de la casa. Tenía que ser cauteloso, porque los
hombres del Rey llevaban una semana registrando todos y cada uno de los hogares
de Septo de Piedra, buscándole a él principalmente. Algunos de los suyos habían
sido capturados y torturados para que revelaran dónde se ocultaba, pero nadie
nada más que él conocía su paradero, que iba cambiando cada cierto tiempo. Era
lo más seguro, ya que cualquiera se iría de la lengua bajo tortura. La hija de
la viuda entró en el cuarto y se puso un dedo en los labios, indicándole a
Robert que guardara silencio. Tomó su mano y lo sacó de la habitación,
guiándolo por el pasillo superior. Era muy estrecho y allí sólo había dos
estancias más, por lo que Robert no entendía hacia dónde se dirigían. El sonido
de las armaduras se mezclaba con las súplicas de la viuda y el estruendo de
muebles al ser derribados. Lo estaban revolviendo todo para dar con él.
La joven lo metió en el
cuarto del fondo. Una vez allí, corrió un baúl de aspecto pesado, pero que
resultó ser bastante ligero, y levantó tres tablas del suelo que estaban parcialmente
tapadas por él. Con un gesto le señaló el hueco y él entró sin preguntarle
nada. Ella le dio un beso antes de colocar las tablas en su sitio. Robert no
tenía miedo a los lugares oscuros, estrechos y cerrados, pero aquel escondite
era agobiante. Oía su respiración y los latidos del corazón acelerado, y
también los pasos de los soldados realistas que ya habían accedido al piso superior.
Las voces de los hombres gritaban a las dos desvalidas mujeres. La muchacha
hablaba bajo, con tono suplicante. De repente, la escuchó gritar y seguidamente
se oyó un golpe fuerte sobre la madera. La viuda lanzó otro grito terrible.
Robert sudaba allí encerrado, pero no podía hacer nada por ellas. Los soldados
entraron en la habitación donde él estaba. Aguantó la respiración y cerró los
ojos. Pisaron sobre la parte de las tablas que no quedaban bajo el baúl. Bajo
el peso de las armaduras, la madera crujía hasta el punto de parecer que iba a
quebrarse. Volvió a escuchar la voz de la muchacha. Estaba viva, lo que era un
alivio. Ella dijo algo sobre el baúl. Robert no llegaba a entender con claridad
las palabras. ¿Lo estaba traicionando? A lo mejor la habían amenazado. El baúl
comenzó a moverse sobre su cabeza. Un poco de luz se coló por una rendija. Ya
estaba, había llegado su final, un final deshonroso. No moriría en el campo de
batalla luchando contra Rhaegar, sino allí, escondido como una rata y sorprendido
por unos soldados de mala muerte.
De pronto se escuchó un
estruendo de campanas tañendo, a modo de alarma. Los soldados salieron
corriendo de la estancia entre voces de «¡Nos atacan, salgamos! ¡Rápido!» Se
hizo el silencio. Intentó levantar las tablas, pero no pudo. Alguien retiró el
baúl: era la joven, que tenía la mejilla derecha amoratada y el labio
ensangrentado, pero sonreía. «Podéis salir. Creo que han venido vuestros
aliados.»
Uys! Casi! jajaj xD. Me esperaba que Robert saldría con todo su ímpetu y atacaría a sus perseguidores (cosa poco inteligente, pero que me cuadra con la forma de ser de Robert)
ResponderEliminarYa estaba Ned allí para evitar el arrebato de Robert, jajaja.
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