AVISO

Este fic contiene sólo especulación. Se basa en diversas teorías que hay por la red. Si no quieres que se te desvele nada que creas importante, no lo leas. Pero insisto: no dice nada que se haya escrito y/o publicado aún. Todos los personajes y lugares pertenecen a G.R.R. Martin.

viernes, 18 de enero de 2013

Capítulo 36


RHAEGAR
            Cuando llegó a Desembarco hacía ya más de un mes, el ambiente estaba cargado de tensión. Su padre había degenerado de una forma alarmante y se reunía en secreto con oscuros piromantes no sabía para qué; Elia se negó a recibirlo y, lo que más le dolía, no le permitieron ver ni a Rhaenys ni a Aegon. No tenía sentido quedarse allí por más tiempo, así que decidió marchar al frente de sus tropas y tomar partido en la guerra que se había desatado por su culpa. ¿Merecía la pena todo este sufrimiento? La razón principal era el amor por la joven Stark. «Sí, la merece. No hay sentimiento más noble que el amor.» Lyanna y él eran unos incomprendidos para el resto del mundo. Si Brandon Stark y Robert Baratheon no hubieran sido tan impetuosos, tan viscerales, la guerra se habría evitado. Ahora ya era tarde y el conflicto no tenía remedio. Las fuerzas iban igualándose y el Usurpador ganaba aliados y terreno. Robert era invencible, nadie podía con él. Se decía que cayó herido de gravedad en una emboscada, pero sobrevivió oculto en Septo de Piedra y ni Lord Jon Connington pudo dar con su paradero, lo que dio tiempo a sus aliados a llegar allí y vencer a los realistas. Las gentes del lugar le habían dado cobijo, cosa que demostraba que sus apoyos crecían. Los Targaryen aún contaban con las fuerzas de los Tyrell de Altojardín y de los Martell de Dorne, a pesar de todo. El propio Lewyn Martell, tío de Elia, se uniría a él en el Tridente con 10.000 hombres que reforzarían el ejército realista. Confiaba también en que la petición que hizo a su padre de pedir ayuda a Tywin Lannister diera resultado.

            Al presentarse en Desembarco comprendió el porqué de la falta de noticias durante su estancia en Dorne: los cuervos casi nunca llegaban a sus destinos ya que eran asaeteados por los soldados de uno y otro bando con el fin de romper las comunicaciones. Eso le provocaba ahora una desazón grande: no sabía nada de Lyanna desde hacía dos semanas. La última información sobre ella era algo que lo tenía preocupado: su salud era delicada y estaba algo enferma, no especificaba de qué. La dejó en la Torre de la Alegría con tres de los mejores capas blancas: su amigo Ser Arthur Dayne, Ser Osmund Whent y el Lord Comandante de la Guardia Real, Gerold Hightower. Con ellos allí, nada podía suceder. Además, Dorne no estaba siendo zona de conflicto por el momento.

            Salió de su tienda a tomar el aire, a respirar la humedad del Tridente donde estaban acampados para interceptar al ejército rebelde. Necesitaba tocar el arpa. No la había traído consigo, porque no eran tiempos de hacer canciones, pero mentalmente se puso a componer una música inspirada en sus días con Lyanna. Le gustaba pensar en ella en los momentos felices: cuando sonreía por alguna cosa graciosa que él decía, soltando una carcajada espontánea, relajada tras un momento de pasión sexual…
            Empezaba a amanecer. Los hombres que terminaban su guardia se cuadraron al verlo pasar y él les devolvió el saludo. La atmósfera estaba cargada de olores: humos de las hogueras, sudor de los soldados, sangre de las heridas… Era nauseabundo. El hedor de la guerra, del miedo, de la violencia. Todo eso le horrorizaba y deseaba de corazón que ese sinsentido acabara. En su fuero interno sentía que el fin del conflicto era inminente. «Hoy será la última batalla. Y me reuniré con Lyanna, gane o pierda.»

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