RHAEGAR
Cuando
llegó a Desembarco hacía ya más de un mes, el ambiente estaba cargado de
tensión. Su padre había degenerado de una forma alarmante y se reunía en
secreto con oscuros piromantes no sabía para qué; Elia se negó a recibirlo y,
lo que más le dolía, no le permitieron ver ni a Rhaenys ni a Aegon. No tenía
sentido quedarse allí por más tiempo, así que decidió marchar al frente de sus
tropas y tomar partido en la guerra que se había desatado por su culpa.
¿Merecía la pena todo este sufrimiento? La razón principal era el amor por la
joven Stark. «Sí, la merece. No hay sentimiento más noble que el amor.» Lyanna
y él eran unos incomprendidos para el resto del mundo. Si Brandon Stark y
Robert Baratheon no hubieran sido tan impetuosos, tan viscerales, la guerra se
habría evitado. Ahora ya era tarde y el conflicto no tenía remedio. Las fuerzas
iban igualándose y el Usurpador ganaba aliados y terreno. Robert era
invencible, nadie podía con él. Se decía que cayó herido de gravedad en una
emboscada, pero sobrevivió oculto en Septo de Piedra y ni Lord Jon Connington
pudo dar con su paradero, lo que dio tiempo a sus aliados a llegar allí y
vencer a los realistas. Las gentes del lugar le habían dado cobijo, cosa que
demostraba que sus apoyos crecían. Los Targaryen aún contaban con las fuerzas
de los Tyrell de Altojardín y de los Martell de Dorne, a pesar de todo. El
propio Lewyn Martell, tío de Elia, se uniría a él en el Tridente con 10.000
hombres que reforzarían el ejército realista. Confiaba también en que la
petición que hizo a su padre de pedir ayuda a Tywin Lannister diera resultado.
Al
presentarse en Desembarco comprendió el porqué de la falta de noticias durante
su estancia en Dorne: los cuervos casi nunca llegaban a sus destinos ya que
eran asaeteados por los soldados de uno y otro bando con el fin de romper las
comunicaciones. Eso le provocaba ahora una desazón grande: no sabía nada de
Lyanna desde hacía dos semanas. La última información sobre ella era algo que
lo tenía preocupado: su salud era delicada y estaba algo enferma, no
especificaba de qué. La dejó en la Torre de la Alegría con tres de los mejores
capas blancas: su amigo Ser Arthur Dayne, Ser Osmund Whent y el Lord Comandante
de la Guardia Real, Gerold Hightower. Con ellos allí, nada podía suceder.
Además, Dorne no estaba siendo zona de conflicto por el momento.
Salió
de su tienda a tomar el aire, a respirar la humedad del Tridente donde estaban
acampados para interceptar al ejército rebelde. Necesitaba tocar el arpa. No la
había traído consigo, porque no eran tiempos de hacer canciones, pero
mentalmente se puso a componer una música inspirada en sus días con Lyanna. Le
gustaba pensar en ella en los momentos felices: cuando sonreía por alguna cosa
graciosa que él decía, soltando una carcajada espontánea, relajada tras un
momento de pasión sexual…
Empezaba
a amanecer. Los hombres que terminaban su guardia se cuadraron al verlo pasar y
él les devolvió el saludo. La atmósfera estaba cargada de olores: humos de las
hogueras, sudor de los soldados, sangre de las heridas… Era nauseabundo. El hedor
de la guerra, del miedo, de la violencia. Todo eso le horrorizaba y deseaba de
corazón que ese sinsentido acabara. En su fuero interno sentía que el fin del
conflicto era inminente. «Hoy será la última batalla. Y me reuniré con Lyanna,
gane o pierda.»
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